15 octubre 2009

La Resaca del Mundo

La familia Rivera se iba de vacaciones y encargaron el cuidado de su estrecha e infinita casa de calle O’Higgins en Concepción a Ricardo. Quién por supuesto ante la solitaria tarea no dudó en llamarme y así aprovecharíamos de poner en marcha nuestro proyecto de poesía urbana “paredes sucias” (el cual nunca se concretó) y otras ideas adolescente que conjurábamos como las más geniales del puto mundo (según nuestro criterio también adolescente). Durante la primera noche y ante el asedio de la inquietante sobriedad comenzamos a hurguetear en los cajones y gavetas de la familia Rivera en busca de algún brebaje que nos condujera al paroxismo y agitara un poco la bóveda de las ideas y la memoria. Mal no nos fue, bien tampoco; encontramos sidra y un ron que tenía más pinta de veneno para elefantes que de alcohol etílico… sin decir agua va le dimos el bajo igual. Estábamos en eso cuando Ricardo me comenta sobre un artículo del poeta Enrique Lihn en el cual postulaba que la psiquiatría sería una suerte de mafia coludida del dogma del pensamiento políticamente correcto encargada de ocultar el lado b de la realidad que hoy conocemos como tal. Los “enfermos mentales” por supuesto conocían la otra cara y ante el demoledor panorama la cosa nostra de la psiquiatría tenía que encerrarlos, doparlos, callarlos. Yo le conté a Ricardo que en alguna bastarda revista de biología alguna vez leí que si al ser humano le privaban el sueño por dos a tres días seguidos se podría alcanzar un estado leve pero muy similar al delirio, a la locura…en otras palabras podías ser un demente temporal solamente si no te vencía el sueño por 48 horas. Por supuesto que el par de poetas de cantina que protagonizan esta historia tomó ambas ideas y las transformó en una tercera: “entonces volvámonos locos, vamos al manicomio y vemos que sacamos de todo esto”
Las 48 horas siguientes fueron de improvisar canciones, armar cadáveres exquisitos, pintar, dibujar, montar artefactos, hablar de metafísica, la cacha de la espada, la quinta e incluso la sexta pata del gato, la inmortalidad del cangrejo y la continuidad ontológica del camarón ecuatoriano. A esas alturas del día o noche y a una hora absolutamente desconocida, sin haber dormido nada la presencia de Ricardo comenzaba a irritarme, su voz y sus gestos me estaban sacando de quicio, el encierro me resultaba inquietante. Ricardo también me alzaba la voz y hasta me ignoraba completamente en ocasiones.
Cuando estuvimos fuera del Leonor Mascayano nos acercamos a la puerta y amablemente le dijimos al guardia que veníamos a ver a nuestra demente abuelita internada en el hospital psiquiátrico. El guardia por supuesto nos mando a la mierda sin mayor complejos, ante el fallo de nuestra pésima coartada sólo nos quedaba recurrir a alguna estratega ninja o de policía secreta. No fue necesario, rodeamos el hospital y por unos ventanales pudimos observar a los que babeaban sedados, hablaban con los habitantes imaginarios, jugaban deportes fuera de este mundo. Uno de ellos se nos acercó por una pequeña vitrina, era una muchacha cuyo nombre no logro recordar. Le dimos una cajetilla de cigarros, un cuaderno y un lápiz. Le dijimos que volveríamos. De vuelta a casa Ricardo me comenta “El mundo se terminó, estamos viviendo la resaca del mundo”. Yo no volví.

1 comentario:

Chevi dijo...

Por qué nadie comento esta pequeña obra de arte!? les dió paja leerlas o es por mi escasa influencia en el mundo blogger? Oh menudo dilema, que peliagudas preguntas ahogan mi mente

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